7 de Abril 2005

Relato - Hagase la luz.

Cientos de millones de personas de todo el mundo permanecían ahora atentas al Televisor. Unos lloraban de pena y otros de miedo. Algunos simplemente aguardaban, inmoviles, atentos a cada nueva imagen o cada nuevo comentario; y todo había sido por mí. Todo fue por Él.

Los preparativos empezaron hace algo más de tres años, aunque mucho tiempo antes se habían comenzado a organizar las cosas. Ya aquel día cambiamos el mundo y hoy volví a hacerlo. Nada volvería a ser como antes.


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Me asomé a la ventana de mi apartamento desde donde podía verles: miles de personas, de diferentes nacionalidades y creencias, permanecían unidas, rogando a sus dioses y rezando. El cielo estaba oscuro y la Luna me miraba de soslayo. No pude mantener su mirada y volví a mi dormitorio dejandome caer en la cama. Antes de dormir debía rezar. Me descalcé y postré mi debil cuerpo en el frío suelo de azulejos pidiendo determinación y valentía. No esperé ni un minuto tras terminar para acostarme y dormir. Soñé con mi tierra, mi hogar y la familia que tiempo atrás había dejado.

Un buen rato llevaba en vela cuando el despertador sonó arrastrándome fuera de mi ensimismamiento. El Sol no se atrevía a asomarse y el cielo permanecía tan apagado como cuando lo dejé. Un susurro entraba a través de la persiana rogando una clemencia que no pude ofrecer. Nada más levantarme volví a arrodillarme en el suelo, y recé de nuevo, una última vez. Al acabar tomé una ducha rápida y me arreglé. El pelo corto y bien peinado. La barba perfectamente perfilada. Unos vaqueros, un polo y un abrigo de pana vistieron mi desnuda piel. Me calcé unos zapatos y cogí la mochila de acampada, con su saco de dormir y todo. Estaba a punto de amanecer y las calles de Roma no dormían, todos caminaban en una misma dirección.

Minutos después caminaba por la Via della Conciliazione como uno más. Iba a despedirme, como todos; de todos. La capital estaba sitiada, el ejército y los carabinieri tomaban las avenidas romanas, así como colaboraban con la guardia suiza en el perímetro del Vaticano. Por encima de todo, confiaban en su dios. Antes de llegar a la abarrotada Plaza de San Pedro, algunos militares registraban a todo aquel que querían; en esta ocasión a un grupo de africanos. El mundo occidental seguía ciego tras la venda de sus prejuicios. Sin problema alguno pude llegar a la plaza. El Sol, aparecía tímidamente por el horizonte; tal vez intentando negarse a alumbrar el día.

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Eran las ocho de la mañana cuando empezaron a llegar caminando por un paso a través de la multitud los primeros altos cargos: el presidente de la república, Carlo Azeglio Ciampi, con el primer ministro, Silvio Berlusconi. Estos avanzaron hasta donde se encontraban los miembros del Colegio Cardenalicio; una amplia zona delimitada por vallas donde se situarían todos los asistentes "importantes". ¿No eran todos iguales ante los ojos de su dios?

El ritmo de llegadas comenzó a incrementarse del mismo modo en que yo me abría paso hasta la zona en la que se oficiarían los actos: un recinto vallado situado entre el centro de la plaza y la entrada a la Basílica de San Pedro. Junto a esta zona de oficios se encontraba la de los altos cargos. Uno de los cardenales dirigía una oración ante la plaza cuando al fin llegué a estar bastante cerca. Miré al cielo que estaba despejado e inmaculado. Podía parecer que hasta las aves querían respetar este acto, aunque en realidad había dieciocho cazas en formación de a seis custodiando la inviolavilidad del espacio aéreo romano.

Antes de las diez de la mañana ya habían llegado todos: miembros de casas reales, jefes de estado, representantes de otras religiones y algunos otros invitados de gran relevancia. Tan solo se esperaron un par de minutos hasta que empezaron los funerales por el difunto Papa. El cuerpo inerte fue trasladado entonces al exterior de la basílica, hacia donde debía yacer hasta que terminase la celebración. Era curioso como algo a lo que ellos llamaban celebración les causaba tanta tristeza. Ellos afirmaban que les esperaba una vida mejor, en un paraiso en el que ya ni siquiera creían.

Miré el reloj y vi que se acercaba la hora. ¿Cómo eran tan osados? Reunir a todos los altos miembros de una iglesia que se pudría presa de su propia corrupción junto con los lideres de este mundo infecto era una invitación para nosotros, una osadía, un reto. Nos habían arrojado un guante que habiamos recojido. Si hubiesen hecho un poco más de caso a lo que ellos mismos proclamaban y predicaban tal vez esto no tendría que terminar así. Muy ilusos y prepotentes habían sido cuando esperaban un ataque aereo. Nos habían infravalorado y eso les saldría muy caro, demasiado.

Lo de hacía tres años en Nueva York había sido solo un aviso, un intento por reconducir la situación de este mundo que se muere o de esta Iglesia corrupta. Fue tan sencillo inculpar a los musulmanes como ofrecerles la posibilidad. Los extremistas islámicos son valientes y no temen a nada; estupidos. Ese pequeño sacrificio había sido un primer paso, aunque en direcciones muy opuestas para la sociedad y la fe. El número de creyentes había aumentado y también su fe, pero en una Iglesia que no tenía solución ni futuro. El mundo, sin mbargo, había ido a peor: hacia una mayor intolerancia. Por cada guerra de la que la humanidad se enteraba había treinta que acontecían en silencio. Por no hablar de las compañías farmacéuticas que permitían la muerte de miles de niños en "el tercer mundo" por unos míseros beneficios. Todo iba a cambiar y yo había sido el Elegido por Él.

Entonces algo me arrancó de mis pensamientos: un canto, un susurro, un llanto. Toda la plaza, e incluso los que permanecían en las calles próximas que no habían podido entrar, rezaban al unísono. Todos suplicaban, rogaban y oraban con una melancolía y serenidad en la voz que me perdí en su cantar. Viaje por su oración hasta que encontré Su voz. Pude sentir la llamada de su Dios en ese instante. Mi corazón se detuvo, mi piel se erizó y un escalofrío me recorió muy lentamente de los pies a la cabeza. Fue como si Él rozase mi alma con sus dedos. Me pidió que recapacitase, que pensase en lo que estaba a punto de hacer, que desistiese. Le vi; pulcro, bañado en luz y fuente de ella. No supe si fue mi Dios o su dios.

En ese mismo instante se hizo el silencio. Todos cesaron en su rezo y aquella visión que se había echo más fuerte desapareció. Sentí Su Mensaje y comprendí lo que hube de hacer. Él, Todos, El Único, era mi Dios; esa no era Su Iglesia. Introduje la mano en mi bolsillo y pulsé el botón. Una gran explosión que se inició con mi volatilización dio lugar a un destello purificador que arrasaría con toda la plaza y parte de sus alrededores.

Hágase la luz.

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Escrito por MäK a las 7 de Abril 2005 a las 04:11 PM
Comentarios

interesante purificación de masas

me ha gusta el relato, y la foto última más


1saludo y sigue relatando ;)

Escrito por The_ibith a las 7 de Abril 2005 a las 04:25 PM

Buen relato cuñao, mal augurio, pero buen relato. Para mi gusto queda demasiado en el aire el ¿quién es ese hombre? pero como siempre me gusta el estilo aunque no me guste el tema :P como ya digo the_ibith: sigue relatando :)

Escrito por Leñao a las 7 de Abril 2005 a las 11:18 PM
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