Finalmente subo un articulo que encontre. Narra una pequeña historia similar a la de Ramon Sampedro. Una mujer, que lucho por su derecho a morir.
Después del champán
La gallega Mercedes Dopazo Rey escribió una nota en diciembre de 2001, cuando la esclerosis se había cebado ya con sus cuerdas vocales y necesitaba de lápiz y papel para hacerse entender. "Quiero morir, por favor, el día 27. Si no, no me quedo tranquila. Convénceles". En estas líneas le decía a su marido qué día quería que los médicos que la atendían en su casa, en Culleredo, A Coruña, le provocaran la muerte.
José Neira, el esposo ya viudo, de 72 años, cuenta que la eutanasia que se practicó a Mercedes con el recelo de saber que su testimonio puede provocar la controversia, pero con la convicción de que para conseguir que en España deje de ser una práctica castigada con cárcel lo primero es alzar la voz. Ella, dice, así lo querría.
"Desde principios de diciembre estaba deseando morir. Tan pronto llegaba el médico le decía: 'Sédame, sédame, que quiero acabar ya de una vez'. Y el doctor le respondía: 'Mercedes, que aún tenemos que tomar el champán por Navidad'. Ella se puso lo del champán como plazo. 'Después de tomar el champán me sedas, ¿verdad?'.Me dejó encargado de que convenciera a los médicos, pero yo no podía forzarlos y dejé que fuera cuando ellos consideraran oportuno.Poco a poco fue degradándose, no podía tragar nada, respiraba con dificultad... Hasta que un día los médicos me lo anunciaron. 'Pepe, llegó el momento de cumplirle el deseo, mañana le hacemos la sedación total'. En cuanto se marcharon se lo dije: 'Merche, te lo van a hacer mañana'. Ella puso cara de satisfacción y de alegría. Creo que pensaba: 'Por fin podré descansar'. Mandó que subieran sus hijos y sus nietos para darles un beso. Luego, nosotros hablamos todo lo que teníamos que hablar y nos despedimos. Aquel día por la mañana la sedaron. En 24 horas falleció".
Mercedes encontró la dulce muerte que buscaba con 62 años, el 31 de enero de 2002, más de un mes después de la fecha que había pedido. No es la única española, pese a que nuestra legislación prohíbe la eutanasia, que ha logrado, con ayuda médica, acortar una lenta agonía y acelerar el final de sus días. En una encuesta realizada por la OCU en enero de 2000 entre médicos y enfermeras (un tercio de los doctores y todas las enfermeras trabajaban con pacientes terminales), el 65% de los primeros y el 85% de las segundas aseguraban haber recibido de los enfermos la petición de que se adelantara su muerte. Un 21% de los médicos preguntados creía que en España se practicaba el suicidio asistido o la eutanasia activa. Es más, un 15%, al amparo del anonimato, reconocía haberlo hecho alguna vez.
"Es una realidad habitual. No se habla de ello porque en España es un delito y porque sigue habiendo muchos prejuicios religiosos, pero existe", dice Carmen Vázquez, la presidenta en Galicia de la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD). Ella misma conoce a tres personas, todos gallegos, a los que en unos meses se les practicará la eutanasia en España. Dos son ancianos, enfermos terminales. El tercero un gallego emigrado a EEUU que sufre un cáncer irreversible. Ya lo tiene todo atado para volver a morir a su tierra.
Los límites que separan la eutanasia activa de la sedación que conducirá a la muerte a los tres gallegos, como lo hizo con Mercedes, son definidos así por DMD: "Por sus consecuencias legales, similares a las de un homicidio, es muy arriesgado practicar una eutanasia activa con medicamentos que causen la muerte en horas (cóctel lítico). En su lugar se utiliza la sedación terminal o 'eutanasia lenta', que es la inducción con medicamentos de un sueño profundo que precipita la muerte en 48-72 horas". Aunque en la práctica las dos fórmulas provoquen la muerte, la eutanasia lenta escaparía a la persecución legal porque su objetivo primero es mitigar el sufrimiento.
A Mercedes Dopazo le diagnosticaron una esclerosis lateral amiotrófica (ELA) a finales de 1998. Sentados en la consulta, José adivinó en el gesto de la doctora que tras los síntomas que manifestaba su mujer (torceduras de tobillo, pérdida de fuerza en las manos...) se escondía algo grave. La doctora adivinó en el gesto de José que no quería que Mercedes se enterara. En silencio, el marido se documentó sobre la lenta agonía que le esperaba. Se iría debilitando poco a poco, y, lo peor, hasta el último momento tendría sus facultades intelectuales intactas. "Había entrado en el corredor de la muerte y sin posibilidad de indulto alguno", dice. "Me daba miedo decírselo porque era una persona muy activa y temía que cometiera un locura". Hasta que un día, un programa de radio, le reveló a Mercedes qué tenía y cuál sería su final. "En cuanto lo supo", cuenta José, "se le vino el mundo encima. Lo primero que hizo fue ponerse en contacto con DMD".
En la web de esta asociación también se reconoce expresamente que en España muchos enfermos terminales deciden su fecha de muerte. Uno de sus escritos dice así: "In memorian de Ramón Sampedro y... Pedro, Luis, Emilia, Virginia, Antonio, José Luis, Jesús, Eutimio, Angeles, Juana, Miguel, Fernando,... Y de tantos socios, simpatizantes y amigos de nuestra asociación que lucharon por el derecho a morir con dignidad, a decidir libremente sobre nuestra vida y que, a pesar de las dificultades, consiguieron su propósito de morir cuando y como ellos decidieron".
Fernando Marín, miembro de DMD y uno de los médicos del programa Morir en Casa con Dignidad, corrobora la práctica de la eutanasia en nuestro país. "Algunos, como último recurso, tenían pensado viajar a Suiza (a Dignitas, la clínica en Zúrich que practica el suicidio asistido). Incluso conocí a una persona que tenía cita, el médico se lo había autorizado y le iban a recetar el fármaco, sólo tenía que organizar el viaje a Suiza. Y al final encontró solución en España, alguien que se lo hizo aquí".
Fue en DMD donde a Mercedes le explicaron que eutanasia significa "buen morir". Se le iluminó la cara: '¡Eso es lo que quiero yo!, morir de una manera digna, sin sufrimiento!', exclamó. Cuando se lo comunicó a su marido y a sus tres hijos (dos chicos y una chica, hoy de 36, 32 y 30 años) sólo encontró apoyo. Nunca le pidió a los suyos que le ayudaran a morir, pero todas las noches despedía a su marido así: '¡Ojalá que no despierte mañana!'.
Escrito por MäK a las 13 de Septiembre 2004 a las 02:27 PMCuales son los medicamentos para hacer un coctel y morir dignamente
Escrito por Gloria a las 7 de Junio 2009 a las 11:28 PM