27 de Julio 2004

El Primer Cuento Prohibido.


El Sol del Cairo lucía esplendoroso en aquel despejado cielo. El calor era casi insoportable y mamá decidió esperar en el hotel con Paul, mi hermano pequeño. Yo había salido con papá a visitar los mercadillos de la ciudad que, por cierto, estaban abarrotados. Desde que tengo uso de razón mi padre ha sido un gran coleccionista de antigüedades y siempre dice que es mejor buscar gangas de vendedores ambulantes que carísimos objetos en tiendas especializadas. A mamá esto le encanta porque así aprovechamos para viajar de vacaciones. Hace ya casi tres horas que damos vueltas en busca de algo “especial”, y aunque a mi me encantaba el colgante de ámbar, papá no pensaba que fuese buena idea. Finalmente me ha dado algo de dinero para que haga mi primera compra. Siempre he querido poder hacer como el y regatearle a los vendedores para ver hasta donde puedo llegar. En el fondo nunca he entendido el porque tanto regateo si al fin y al cabo nos sobra el dinero; pero bueno, supongo que si lo malgastásemos no nos sobraría. A papá especialmente le gusta eso del trueque; ahora mismo andaba un poco liado con un joven: le ofrecía su chaqueta y algo de dinero por una estatuilla funeraria. Parecía que esto iba para largo. En todo el bullicio de gente y de vendedores gritando ofreciendo sus baratijas me llamo la atención que junto al puesto donde estaba papá había un viejo, de espesa barba y blanco pelo, sentado en silencio con una manta sin nada para ofrecer. Me acerque a curiosear y grande fue mi sorpresa cuando me saludo en un perfecto francés:
- Eh, niño, deberías volver con tu padre. No creo que este sea sitio para un crío de catorce años y dudo mucho que sepas apreciar lo que yo puedo ofrecer.
¿Cómo diablos sabría que tenia catorce años?, ¿y a qué vendría tanto misterio con lo que podía vender?. Tras enseñarle un puñado de monedas, el vendedor siguió hablando. Decía vender los Cuentos Prohibidos. Libros que se podían coleccionar pero que no debían ser leídos. Confieso que me pareció un timo seguro pero no pude resistir la tentación y le pedí que me mostrase alguno. De una pequeña bolsa saco un paño bajo el que se escondía un delgado libro. Cubiertas tamaño cuartilla de pasta negra muy desgastadas y no más de cuarenta o cincuenta paginas amarillentas y escritas a mano (curiosamente en francés); ningún titulo en la portada.
- ¿Cuánto cuesta? –pregunte al vendedor, que permaneció mirándome unos segundos.
La respuesta se hizo esperar, pero finalmente el comerciante volvió a hablar:
- No será tuyo por menos de lo que lleves encima.
Acepte el trato sin dudarlo porque tan solo llevaba unas pocas monedas y volví para enseñárselo a mi padre, que no me hizo demasiado caso hasta que consiguió su estatuilla. Cuando me pregunto que donde lo había comprado señale al viejo. O mejor dicho, trate de señalarlo porque no quedaba ni rastro de él. Sin darle mas importancia volvimos al hotel a recoger las maletas y a mamá para dirigirnos al aeropuerto.

Días mas tarde, ya en casa, volvía con mamá de comprar en la ciudad un triciclo para Paul. Vivíamos en los alrededores de Toulouse. Hoy llegaba papá, que para variar había estado viajando por cuestiones de trabajo. Tras la cena nos hablo un poco de lo que había podido averiguar acerca de la estatuilla funeraria: que era bastante antigua pero aun no había conseguido datarla. En cuanto a mi libro me dijo que no había encontrado nada referente a él y que el vendedor me habría timado aprovechándose de que yo era un niño. ¡Yo no soy un niño!, ¡ya tengo catorce años!.

Esa misma noche, arrastrado por la curiosidad, me decidí a leer el libro poco después de cenar. Baje a la planta baja y me dirigí hacia la biblioteca. Siempre me ha gustado leer allí, en silencio, con la luz de un pequeño flexo o incluso a veces con velas (lo que ambienta mucho más). Mamá ya se había ido a dormir y papá estaba allí sentado ante el ordenador; escribiendo para su próxima novela. Yo encendí una vela y me senté a leer en el sillón de papá. El pequeño cuento comenzaba hablando de la celebración de matrimonio entre Isis y Osiris, ambos hijos de Ra. Thoth, patrón de los escribas, las transcribió sobre el inmenso manto de arena del desierto mucho antes de los primeros amaneceres. La más bella historia de amor jamás contada, un amor de dioses. El hombre se encargo de borrarla con sus huellas y someterla al olvido eterno y así se perdió en el viento. Del amor de los hermanos surgió Oeris, el primogénito dios de los sueños, castigado por el incesto de sus padres con el don de la locura. Poco después llegó Horus, el padre de los reyes, libre de maldiciones y cuyo sino estaba al lado del mismísimo Ra. Papá se subió entonces a dormir y me dio las buenas noches; todo quedó aun más oscuro y en silencio sin la luz del monitor y el tecleo uniforme en el ordenador.

Seguí sumido en la historia. Años después la bella Hathor se cruzo en las vidas de Oeris y Horus, de quien los dos quedaron totalmente enamorados. Pero la diosa no podía elegir, debía amar a Oeris, el primogénito. No obstante su corazón pertenecía a Horus y fruto de aquel amor nació Amenet. Cuando se descubrió esto, el hermano mayor entro en uno de sus ataques de locura e intento asesinar a quien él había creído su hijo. Ya no había solución. Temiendo la maldición que caería sobre la familia si esta historia se llegaba a conocer Isis, su propia madre, entre lagrimas condeno a Oeris a ser olvidado por los siglos de los siglos:

“Hijo mío, tu locura y tu existencia es nuestra maldición.
Parecía que pudiese distinguir un susurro leyendo a la par que yo
Nosotros hemos pagado un alto precio por nuestro amor.
El aire era frío y el ambiente estaba tenso, podía ver el vaho en mi respiración.
Ahora habéis sido tu hermano y tu quienes habéis cometido un error.
Noto una respiración en mi nuca y una gota de sudor helado recorre mi espalda.
Tu ya estas perdido, pero no dejaremos que a él le pase lo mismo.
Una pequeña ráfaga de viento hace parpadear la vela. Siento un escalofrío.
Vete lejos, muy lejos; y que el Olvido se haga cargo de ti.”
Ahora escucho claramente un paso a mis espaldas. Puedo notar que hay alguien mas en la habitación, observándome desde la oscuridad. Mi pulso esta frenético y mi respiración se acelera bruscamente. Me levanto de un salto y enciendo la luz.

No hay nadie en la sala, pero aun tengo los vellos de punta. Miro incluso debajo del escritorio, detrás de las cortinas y en el pasillo. Nadie. No debería asustarme con estas tonterías pero aun así decido continuar leyendo con la luz de un flexo. No tardaría demasiado en leer las diez paginas que restaban y el libro me tenia en vilo.

Entonces abrí los ojos. Me había quedado dormido sobre el libro. Había pasado poco tiempo, aunque ya era bastante tarde y debía subir a dormir. Tan solo me quedaban cinco paginas, así que decidí terminar antes de irme a la cama.

Así, Oeris desapareció de los recuerdos de los más antiguos y tan solo Thoth, el escriba, lo recordó; Antes de marcharse, maldijo a su familia y proclamo su venganza. Volvería del Olvido, para poseer a todo el que lo recordase y acabar con su familia.

La misma sensación de antes me recorrió el cuerpo. Tenia miedo. Salí corriendo aun con el libro en las manos y subí las escaleras hasta el dormitorio de mis padres, tratando de no hacer demasiado ruido para no asustarles. Les mire en la penumbra, estaban dormidos en la cama junto a la cuna de mi hermano. Me acerque a besar a mi madre y entonces pise algo en el suelo junto a la cama. La sensación me hizo soltar el libro y dar un grito en tanto encendía la luz y contemplaba la escena. Mamá, papá y Paul estaban sobre la cama destripados y un charco de sangre bañaba el suelo. Caí de rodillas. Y mientras lloraba y balbuceaba pude ver el libro abierto por la ultima pagina. Un dibujo firmado por Oeris del dormitorio, con mis padres y Javi desangrados sobre la cama y yo llorando arrodillado en el suelo mientras observaba el mismo libro.


Escrito por MäK a las 27 de Julio 2004 a las 02:44 PM
Comentarios
Escribir un comentario









¿Recordar informacion personal?