PRIMERA PARTE
¿Por qué lo hago? Ni siquiera yo lo sé. Espera que le dé una contestación lógica para ayudarme pero
no sé qué decir.
La quiero, quiero a mi familia y sin ella no soy nada le digo a mi confidente luego por qué les haces esto me refuta y vuelvo a oír esas palabras que me retumban en la cabeza cada noche sin poder llegar a nada. Es como si fuese mi estimulante, mi vitamina; con ella me siento seguro, altivo, vital. Es otra persona la que me domina cuando ella me acompaña.
Pero por ella estoy aquí, sin pasar ni un sólo minuto que no me acuerde de mis pequeños; Marcos y Carmen o de mi esposa. Mi pequeña Carmelilla, como yo la llamo, entonces me mira, con su carita de ángel risueño e inocente; y me sonríe. Es preciosa, cuando era un bebé y dormía, podía estar horas y horas mirándola sin parpadear. Hay tanta dulzura en la mirada de mi hija que tengo miedo a que nunca me perdone. Si pudiese viviría toda una vida para protegerla solamente. Es precisamente cuando recuerdo a mi familia nostálgicamente, cuando más me asfixia la maldita pregunta a la que no encuentro respuesta.
Marcos se parece más a su madre, ya desde que era como su hermana le veía gestos y detalles característicos de Gabriela, y a medida que crece, se refuerza más su carácter maternal. Es tan terco como ella; cuando salía cualquier tema de conversación, él siempre tenía que llevar la razón, con o sin ella. Gabriela lo apoyaba siempre, era como si el hecho de discutir con Marcos, le ofendiese de algún modo. La verdad nunca lo entendía, pero desistí y acabé por no discutir, pensé que no merecía la pena.
Es un muchacho independiente, no necesita a nadie para hacer nada, con carácter, con mucho carácter. Al igual que Gabriela, toma las riendas de todo lo que se le ponga por delante quedando subordinado todo su alrededor. Días antes de ingresar en este centro, lo escuché decir a su hermana: déjame que ponga yo la mesa, tú no sabes yo no me atreví a decirle nada, aquello me resultó demasiado cercano. Carmelilla vino a mí y me pidió que jugara con ella.
Yo no sabía comprar, no sabía cocinar, no sabía educar a mis hijos, no sabía ocuparme de mi familia, ni siquiera sabía hacerle el amor a mi esposa como se merecía; sólo sabía hacer una cosa: beber.