Metió un CD en la radio del coche, arrancó el motor y echó a andar. Conducía tranquilo, silbando y tarareando las canciones; al llegar los estribillos se permitía cantar a voz en grito, seguro como estaba de que nadie podía oírle a 120 kilómetros por hora.
Cuando llegó al semáforo actuó muy rápido. Se quitó el cinturón de seguridad y echó hacia atrás el asiento en sólo 1 segundo. Encontrar el doble fondo del techo y abrirlo le llevó otros 2 segundos. Cargar 6 balas, 5 segundos. Aún le sobraban 2; los utilizó para apagar la radio y las luces. No quería quedarse sin batería. Entonces abrió la puerta, salió a la calle y enarboló la pistola.
Unos instantes después entró ella como cada mañana; sin sospechar nada. Pidió su café y sus tostadas que el camarero inmediatamente entregó sin mediar palabra. Ella caminó hasta su silla extrañada por el silencio que reinaba. Todos la miraban con cierta aspereza en el rostro.
Silencio. La quietud empezaba a incordiarla bastante cuando él comenzó a cantar:
"Anoche no dormí hasta entrada la madrugada
y tengo por delante diez horas de oficina.
Entonces ¿qué demonios provoca esta sonrisa
a las siete trenita y cinco de la mañana?
Será el café, será la tostada, será la mantequilla o será la mermelada..."
No es que plagie a Vigalondo, es que le quise homenajear. Yo debia terminar el relato (partia de los dos primeros parrafos cortesia de Santo) en menos de 10 lineas y eso fue lo que quedo. Proximamente nuevas entregas...