Recuerdo todavía el día de mi muerte. Será un jueves de aguacero, de esos en los que el invierno llega para quedarse. En París la noche acabará de nacer, y yo llegaré a casa y repetiré la habitual rutina: cargaré la pipa y cebaré el mate, y entre vaharadas de humo verde abriré un libro de César Vallejo.
A mi paso cayeron secas las hojas de los arboles, marchitaron sus flores y perecieron sus frutos.
Ya imagino el día de mi resurrección. Fue un martes caluroso y soleado, de esos en los que el verano se fue para no volver.