Suena el despertador cuando el Sol aún no asoma por el horizonte. Cada mañana lo mismo. No soy nada perezoso, al revés, pero sin un buen lavado de cara no soy yo mismo. Me pongo el chandal y las zapatillas, cojo el mp3, las llaves y salgo de casa. Tras el umbral de mi portal la ciudad despierta. En el silencio del amanecer se puede oír perfectamente el estrepitoso resonar de las alarmas de la gente que se levanta para ir al trabajo o a clase.
El cielo se debate entre un celeste apagado y un gris cansado; incluso él parece sucumbir a la pereza. A mí me encanta despertar y ver un nuevo día; hasta me levanto de muy buen humor. Lo primero que hago es salir a correr un poco. Soy un tipo sano. Siempre voy al parque. Me encanta correr por allí, sobre la hierba, por los caminos de tierra y bajo los árboles. Los pájaros canturrean alegremente y es lo más parecido a la verdadera naturaleza que tenemos en la ciudad.
En realidad no sé porqué siempre me ponía a escuchar música si en el fondo me gustaba el ruido de la ciudad. Supongo que me ayudaba a aislarme, a alejarme de la rutina y de los problemas. Ahora, ya todo era diferente. Cogía el mp3 por rutina, por si me apetecía aislarme, pero ya nunca lo hacía. No desde que había descubierto a la gente que había en la ciudad; o mejor dicho a las personas.
Cada mañana veía a un inmigrante que salía a toda prisa hacia la parada del bus, seguro que si lo perdía no llegaba a tiempo al trabajo. Casi podía imaginar su historia: había llegado en patera y había encontrado un trabajo durísimo y sin contrato donde posiblemente le pagasen una miseria. Aun así él se esforzaba tanto como podía para poder mandar algo de dinero a su familia. Vivía en una casa diminuta con otros ocho compañeros de piso y apenas tenía para comer, pero incluso así cada día daba las gracias a Dios por darle esta oportunidad.
Luego estaba esa chica que siempre esperaba a un coche en la puerta de su casa. Aquel otro hombre que cogía el coche tan temprano para evitar los atascos; y otras muchas historias escondidas tras personas hasta llegar al parque. Allí me llamaba la atención un chico que cada día paseaba a su perro. Él podría tener unos dieciséis años y el perro era ya viejo. Un boxer precioso. Me llamaba la atención lo mal que trataba el chico a Tim -que así era como llamaba al perro cuando no le decía 'chucho' o algo peor- y del modo tan noble en que éste le correspondía. Seguro que había sido un regalo cuando él era sólo un crío y el animal un adorable cachorro que cabía en la palma de la mano. Ahora era una obligación y una responsabilidad que el día menos pensado acabaría perdido en un arcén. No sé si me daba más lástima el perro o el chico.
De todos modos ninguno de ellos era quien más me llamaba la atención. Había una anciana que era la que más me sorprendía. Cada mañana estaba sentada en el mismo banco, por muy temprano que fuese. No importaba si hacía frío, calor, llovía o nevaba. Ella siempre estaba allí mirando a un punto en el vacío y llorando. Se notaba que era sentido. Lloraba en completo silencio y ni siquiera se molestaba en limpiarse las lágrimas. Traté de darle una historia, un porqué a sus lágrimas pero nada se me ocurría. Durante varias semanas la observé en mis paseos sin atreverme a decirle nada hasta que un día sentí la necesidad de ofrecerle mi compañía, de escucharla y consolarla.
- Hola, buenos días. ¿Se encuentra bien?
- Buenos días, joven -me respondió ella algo extrañada por mi irrupción en su trascendental quehacer.
- ¿Le importa que me siente?
- El banco es de todos, siéntese si quiere.
- Perdóneme, pero es que cada día salgo a correr y la veo ahí sentada y... ¿Por qué llora? -tan pronto como pronuncié mis palabras me di cuenta de la impertinencia de las mismas pero por alguna extraña razón tenía la necesidad de ayudarla.
- Que, ¿por qué lloro? Ja! -no sé si por lo sarcástico de su tono o por compaginarlo con las lágrimas en su rostro me sorprendí con la respuesta- Cada día mueren miles de personas de hambre y otras miles de sida u otras enfermedades. Hay gente que no tiene para comer. Se explotan niños en trabajos, se les obliga a prostituirse y otros son violados. Nuestros líderes están tan locos que van a una guerra a matar civiles por beneficios económicos y algunos fanáticos se inmolan o mandan a sus hijos a hacerlo para matar gente por unos ideales. Se comercia con un veneno mortal, el tabaco, que acaba con millones de vidas al año porque da mucho dinero y... Bueno y muchas otras cosas. ¿Y tú me lo preguntas?
No supe qué responderle, sentía cómo la boca se me secaba dejando a la angustia correr por mis venas.
- Dime hijo -volvió a decirme- ¿Por qué no lloras tú?
Eso, ¿por qué no lloro yo?
Escrito por MäK a las 24 de Julio 2005 a las 08:06 PMmuy bonito, casi me da un escalofrío con las últimas frases
1saludo
Escrito por The_ibith a las 25 de Julio 2005 a las 12:13 AMPrecioso... y el final es el mejor que cabía en esta historia.
Casi me ha emocionado.
gracias a ambos! con lectores como vosotros da gusto escribir ^_^
Escrito por MäK a las 26 de Julio 2005 a las 10:02 PM